Podes pensar que las palabras tienen siempre el mismo peso, que nos comprometen, que actúan sobre el otro con una contundencia implacable, que pueden dañar y lastimar y por lo tanto conviene callar.
Bajo la idea de ser personas comprometidas se esconde una exageración del valor de las palabras en los distintos contextos.
En un dialogo hay distintos momentos y las palabras tienen en cada momento un peso distinto. Hay una etapa de exploración, de compartir información, sensaciones, puntos de vista, de análisis, de considerar alternativas, casi de brainstorming que no comprometen ni tienen el mismo peso que al dar una orden o tomar una decisión o comprometerse con algo. En esta fase nos sentimos cómodos y hablamos sin compromiso, sin dramatizar, casi en un proceso creativo, creando ideas.
Dejando claro que se está en una etapa y no en otra, se habla de una u otra manera, con el nivel de determinación y peso que amerita para cada situación.
Esto nos hace dar miedo de hablar de cualquier tema, porque hablar del tema nos compromete demasiado, nos obliga. Esto es una gran limitante porque la cantidad de pensamientos a modo de sensaciones vs los pensamientos que generan decisiones es de una relación de 95% a 5%. Y si todo es tratado de la segunda manera no puedo compartir la mayor parte de mi contenido, que se empieza a estancar adentro y se convierte en resentimiento y en falta de lógica a la hora de pensar los distintos temas que tengo en la mente, de anticipaciones erróneas.
Cuál es el objetivo de lo que estás diciendo, no se trata de ocultar o no ocultar, de si estás mintiendo o no cuando decís o no algo. De lo que se trata es de que aquellos que les va bien, su interior fluye de manera natural y espontánea, y muestran cierta gracia en el compartir su interioridad y eso tiene mucho impacto. Si eso no pasa la personalidad deja de brillar y se queda opaca porque no expresa con naturalidad su interior.
El miedo lleva al análisis de: que gano diciéndoselo, no es lo que ganas, sino que no estás brillando.